Loukolela, lo que un día fue el corazón de las tinieblas

Escrito por Gonzalo Conesa. Publicado en Filantropía

Nuestra paleta de clichés es inagotable. Con ella pintamos ideas, situaciones, experiencias y les adjudicamos tramas, personajes, lugares… Asociar un proyecto de cooperación en la República del Congo a una mujer de 70 años que a bordo de una piragua ha empleado doce horas desde la región de Oyo hasta Loukolela cabría en pocos imaginarios, y desde luego, no responde al prototipo del joven que, un alarde de responsabilidad repentina o fruto de una verdadera vocación, se embarca hacia lo desconocido con intenciones altruistas.

Como si el anterior párrafo de un flashforward se tratara continuemos ahora por el principio. Carmen Rodríguez Granda, médica y ama de casa de profesión, inquieta e indomable de carácter, leyó en 2009 un reportaje en la revista ‘Mundo negro’,  a la que está suscrita, firmado por la periodista Conchín Fernández, sobre el Padre Amable, un sacerdote ruandés cuya historia de supervivencia merece un episodio aparte. En él se denunciaba la situación del poblado congoleño de Loukolela, de 10.000 habitantes que, entre otras, colocaba la ausencia de agua potable como la necesidad más apremiante.

Granda decidió impulsar el proyecto. A primera vista no revestía una gran dimensión ni una inversión económica disparatada. Lo que ella no podía sospechar es que ese primer paso en el mundo de la filantropía sólo era eso, el primero. A aquel le se seguirían muchos más. Tantos, que no solo a pie hizo camino. Miles de kilómetros se concentraron a sus espaldas por tierra, mar y aire como parte de su dieta habitual.

Tras no recibir noticias sobre la construcción del depósito de agua que había decidido sufragar, y dada su naturaleza curiosa y viajera, decidió personarse en Loukolela. Eso supone casi 8.000 kilómetros de vuelo hasta Brazzaville, la capital del Congo, 400 más hasta la localidad de Oyo, hacia el norte, y de ahí a Loukolela otros 266 kilómetros, río Congo y Alima mediantes, dado que no hay carreteras que lo conecten con el resto de la civilización. Doce horas a bordo de una barcaza para un total de tres días de trayecto desde el despegue inicial en París o Casablanca.

Cambio de rumbo

Cuando llegó se encontró el depósito a medio construir. “Se hallaban en plena campaña electoral y Neguesau (candidato entonces y a la postre ganador de aquellas elecciones) había prometido llevar agua potable a todas las provincias de más de 6.000 habitantes en la provincia de la Cuvétte”, dice Carmen Rodríguez. Loukolela entraba en el cupo así que la obra a la que ella dedicó su dinero había quedado inconclusa. No le dio mayor importancia. Su atención no tardó en desviarse a otro hecho perturbador de mayor calado, “la mirada de desesperanza en los rostros de la gente”.

Ante algo así caben dos opciones: resignación o rebelión ante un ciclo vicioso de “nacimiento, enfermedad y muerte” como ella dice. Tardó poco en decidirse por esto último a pesar de que voces conocedoras del terreno la desaconsejaron emprender un proyecto complejo. “Se enriquecerán unos pocos con el dinero y los pobres seguirán pobres”, le espetaron. Ella lo desoyó e involucró su dinero, su tiempo y su presencia en el lugar para que las predicciones derrotistas no se confirmaran.

Dado que por naturaleza son el flanco más débil, comenzó por los niños. “Había demasiados por las calles, era necesario proporcionarles un lugar en el que estar y aprender”, afirma. La escuela pública de Loukolela los acoge a partir de los 6 años. “Decidí construir un colegio para el marco comprendido entre los tres y seis años. A esa edad son como esponjas. La intención es que el próximo curso podamos acoger a 300 niños”. Desde octubre del pasado año, cuando se inauguró, 187 niños aprenden en sus aulas a leer y escribir, en lingala (lengua que se habla en una gran parte del Congo) y en francés, además de matemáticas. “No saber leer ni escribir es como ser pájaro sin alas” reflexiona al pensar en “sus pitufos”, como ella los llama cariñosamente.

La cooperativa

De los adultos tampoco se olvidó. La clave de emprender un proyecto filantrópico en países del tercer mundo es que la población autóctona lo sienta como suyo y Carmen Rodríguez ya tenía esta idea asimilada. Observó que la tierra era el instrumento adecuado para crear ese vínculo y decidió crear una cooperativa. Cogió por banda a Jacinto Gil, Director del Departamento de Ingeniería Rural de la Escuela de Agrónomos en Madrid, y le convenció para desplazarse a Loukolela para que la asesorara en la compra final de una extensión de 16 hectáreas de tierra. También les proporcionó pozos y motobombas con las que poder regar.

Cincuenta familias poseen ahora su propia porción y la trabajan con esmero. Cosechan cebollino, mandioca, maíz y otras verduras. La tierra es fértil y agradecida, y se recogen cuatro cosechas al año, imposible por tanto consumir todo lo que producen. De ahí que el objetivo de su último desplazamiento a la región fuera la adquisición de un par de piraguas motorizadas. Ahora pueden vender los excedentes en Oyo y en Mossaka, un pueblo de pescadores de unos 25.000 habitantes donde nada se produce porque todo es arena.

Complicaciones

Hasta aquí la cara amable y feliz. Como toda buena historia que se precie, también existe un reverso de dificultades, cuarteado con trabas burocráticas e intereses espurios. “Para gestar la creación del colegio y la cooperativa pensé que con enviar el dinero vía alguna ONG sería suficiente. Nada más lejos de la realidad. Las fundaciones con las que contacté no se hacían responsables de que el dinero se destinara a desarrollar ambos proyectos”, recuerda. Así que tomó las riendas y constituyó la Fundación Carmen Rodríguez Granda aquí en España y la Fundación Granda Rodríguez en el Congo. Solo así fue posible crear un hilo conductor fiable por el que el dinero discurriera y se dedicara a la plena ejecución de ambos proyectos.

“En algunos momentos me encontré con presupuestos y plazos de entrega falsos” dice con gesto cansado; “me dijeron que el colegio estaba terminado y cuando llegué prácticamente no se había construido ni la mitad”. La única manera de corroborar que todo se desarrollaba según lo previsto era comprobarlo in situ. “Tengo la sensación de que cuando llegué me vieron como una mujer blanca más a la que se podía tomar el pelo, que daría el dinero y se marcharía sin más”, continúa. Cuatro años, y alrededor de diez idas y venidas entre Madrid y Loukolela después, esa percepción ha cambiado radicalmente. Su tesón (“todo lo que comienzo en mi vida procuro terminarlo”) y su capacidad de poner firmes a los que le rodean, le han permitido hacerse respetar, ganarse su confianza y culminar ambos proyectos con éxito.

Choque cultural

Por el camino también ha vertido “un esfuerzo psicológico impresionante. Soy médico y he trabajado toda mi vida en el servicio de urgencias donde perder un segundo puede suponer una vida. Allí en cambio el tiempo no existe y cuesta mucho acabar lo que se empieza. Todo es mucho más lento. En algunos momentos ha sido desesperante”, explica.

Al menos el rédito moral obtenido ha compensado las penurias. “Cuando llegué, Loukolela parecía el escenario de ‘El corazón de las tinieblas’”, la novela de Joseph Conrad que se desarrolla prácticamente en idéntico escenario y de la que un siglo después es posible rescatar con vigencia extractos como este: “Habían dejado de ser nada de este mundo, excepto oscuras sombras de hambre y enfermedad que yacían confusamente en la verdosa penumbra”. Es éste tal vez el círculo vicioso al que Carmen Rodríguez Granda se refería al comienzo y contra el que trató de rebelarse. De cantidades concretas de dinero prefiere no hablar, tal vez para no levantar las habituales suspicacias que en nuestro país provocan este tipo de iniciativas, como ya hemos analizado en nuestra web. Baste con decir que ha invertido gran parte de los ahorros de toda su vida.

Según ella ya no solo se ve desesperanza en los rostros de los habitantes, y los niños que recién llegada la tocaban con la punta de los dedos como quien palpa algo con incredulidad para cerciorarse de su existencia, ahora la reciben con cánticos, “un hecho emocionante” que experimentó durante su último viaje hace unos meses. Su próximo objetivo es dotar a Loukolela de agua potable, dado que la promesa de Neguesau nunca se materializó. Desde Diálogos en La Granja les relataremos si, de nuevo, esta segoviana de nacimiento ha conseguido terminar lo que se ha propuesto empezar.